Recordando a Manolete
Manuel Otero Rey, “Manolete” llegó a Buenos en un barco que se llamaba Corrientes, desde su Coruña natal el 22 de noviembre de 1949.
Las nuevas generaciones y en particular el milenial no sabrán quién fue Manolete -el Manolete local, no el torero, aunque tan local tampoco era porque también éste era español- pero para el argentino de mediana edad el hombre era un personaje ineludible de Buenos Aires que salía por televisión, cuando la televisión era sitio de pocos y elegidos, y salía en la radio cuando el micrófono se encendía sólo y exclusivamente para quien tuviera algo importante que decir. En fin, Manolete, millennials, Manolete era el rey de la fórmula, del trago y del coctel.
Se hizo leyenda porque los tragos que preparaba eran los mejores y se corrió la voz. La gente importante de la época pagaba más por el negroni o el dry martini si lo preparaba Manolete, al que con suerte a veces se podía encontrar en su propio bar. Y muy pronto hubo quien considerara que el preparado del cocktail era un espectáculo digno de salir por tv. No era nada más que mezclar sustancias en un vaso de composición. Para que el milenial comprenda, Manolete viene a ser el Walter White de la coctelería, sin el uso de sustancias ilícitas ni el ánimo criminal, pero en fin, un artista de la química. Y como todo fenómeno, además de la materia específica, dominaba algunas otras, de índole lingüística en este caso como el cuento, el cuento humorístico de mediana extensión y el chascarrillo. Arte apreciable y luego explotado y vuelto a explotar en programas de variado rubro, pero fue en ese contexto una amalgama bien constituida por uno de sus pioneros que lo hacía con tal gracia y encanto personal que en definitiva volvió entrañable el cocktail televisivo.
La cosa funcionó tan bien que quien tenga ganas y ánimo arqueológico puede o bien rastrear en los archivos televisivos de “Buenas tardes, mucho gusto” o en disquerías, donde en alguna quedará algún ejemplar del LP intitulado: “Manolete: tragos buenos, chistes malos”, ilustrado con su foto, en un increíble y majestuoso bar. Lo reconocerán por su estética impecable, porque el hombre sabía que era su producto y se esmeraba cada vez en la elección del saco y de la corbata; por una dicción cuidada porque no sólo había que saber hacerlo sino también trasmitirlo; por su autoridad al elegir un licor y no otro, o una pulpa y no otra, en una época donde sponsors había pero eso no interesaba porque la marca más importante era él.
Lo van a reconocer como se reconoce a los grandes de la historia porteña, con calle y mostrador en la mirada, con parte de un Buenos Aires común y el secreto de varias de sus fórmulas que se llevó con él.